Carismático, de voz impecable, su dominio sobre el escenario habla de los 61 años que ha vivido sobre él. Así es como Raphael se presentó el pasado sábado 26 de marzo ante un atestado Movistar Arena.
La primera vez que Raphael recibió un reconocimiento por sus destrezas sobre el tablón fue a los 9 años. Ganó el premio a la mejor voz infantil de Europa en el Festival de Salzburgo, Austria. Su camino hacia los escenarios había comenzado a los cuatro años, edad en la que entró a formar parte del coro de la Iglesia de San Antonio y, más tarde, de Jesús de Medinaceli. Se hizo llamar “Er Niño de España” y a los 16 años comenzó su carrera profesional, ganando en 1962 el primer premio en el Festival Benidorm. Su conexión con Chile también comenzó temprano, actuando por primera vez en el Festival de Viña del Mar en 1982, volviendo en 1987 y, tras 18 años, presentarse en el mismo escenario con recordadas actuaciones en 2010, 2014 y 2019.
Es sábado 26 de marzo del 2022, el Movistar Arena de Santiago de Chile está lleno. Los asistentes caminan hacia las graderías y asientos donde presenciarán el show de un ícono de la canción romántica hispana: Raphael, en su espectáculo RESimphónico; un artista que renovó el estereotipo de los símbolos juveniles y que ganó no solo el título del mejor cantante de su generación, sino que instaló una vara con la que todos sus colegas contemporáneos debieron medirse. En paralelo, el ídolo se ha mantenido por seis décadas en el lugar que siempre soñó desde su niñez, cuando vivió en primera persona la carencia y decidió ser artista para ayudar a su familia.

El trayecto de su vida ha tenido de dulce y agraz. En el año 1985 fue diagnosticado de una agresiva hepatitis B, originada por su adicción al alcohol. Gracias a un trasplante de hígado practicado en el 2003, Raphael es sobreviviente y un decidido activista por la donación de órganos. Resulta impresionante pensar en todo esto, luego de días tan intensos para la música mundial, donde quedamos perplejos ante la abrupta muerte de Taylor Hawkins, baterista de la banda de rock estadounidense Foo Fighters, quien murió a sus 50 años en la habitación del hotel donde se hospedaba, una hora antes de tocar en el festival Estéreo Picnic en Colombia, luego de combinar drogas y alcohol, sin suspender los fármacos que tomaba bajo receta médica.
La mayoría del público presente tiene más de 60 años, las cabelleras canas, las sillas de rueda y los bastones son parte del paisaje. Pero hay de todo, generaciones de familias completas avanzan con la alegría a retomar la posibilidad de asistir a conciertos en vivo, luego de dos años de pausa de las actividades masivas, pero además de un estricto encierro por tratarse de un sector que debió resguardarse en casa con ahínco, a propósito de ser candidatos para desarrollar complicaciones y desenlaces fatales al contraer el virus del COVID-19.
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A las nueve de la noche, el Movistar Arena aplaude en un gesto de ansias para que comience el show. Minutos más tarde entran a escena los 64 músicos y músicas de la Orquesta Filarmónica de Chile, dirigidos por Rubén Díez, que son recibidos con un caluroso aplauso. Se apagan las luces, aparece Raphael, y es ovacionado de pie. El artista agradece diciendo “¡Por fin en mi amado Chile de vuelta!”. Tira besos y regala sonrisas al público que lo adora. Los violines y vientos tocan las primeras melodías de ‘Ave Fénix’, canción que reza en el coro “Con más luces que nunca / Regresaré / Y otra vez en tus brazos / Renaceré / Como el ave fénix / Regresaré / Con un maravilloso corazón / Renovado y airoso / Volveré”, dando por iniciada su impecable actuación.

Raphael cultiva el look que lo catapultó en la década de los sesenta, de camisa y pantalón negro, peinado abombachado y chaqueta negra con brillos. El repertorio contiene 31 canciones, que serán coreadas por las almas que llegaron al Movistar Arena para vivir un esplendoroso momento en el último fin de semana de marzo. Raphael se pasea de un lado a otro del escenario, hace contacto visual, agradece con gestos corporales mientras el público estalla de alegría. La chiquillada que lo sigue está en una edad donde la compostura ya no importa mucho, por lo que está normalizado el grito, los alaridos, los aplausos y risas cómplices. En buen chileno, huevean como colegiales, libres y conectados entre sí con la música, el humor y el amor. Nostálgicos de una época que solo existe en libros, documentales y en el corazón de todos los que estábamos ahí, porque Raphael simboliza un momento que quedó congelado en el tiempo, que huele a cera recién trapeada, sabe a caldo de pollo servido con un cucharón enlozado, y se escucha como una radio AM encendida en la cocina.
La audiencia está prendida, ellas se atan cintillos en la cabeza y usan coronas de flores con luces en el pelo. Algunos traen pancartas y otros usan sombreros o poleras de Raphael, que continúa con su show y deslumbra con su excelente estado físico y vocal. Sus gesticulaciones, movimientos y bailes hacen únicas las canciones que interpreta, en un formato electro sinfónico que ensambla muy bien, fundiendo sonidos acordes a un público más joven, sin olvidar a aquellos que estuvieron antes y que están ahora, coreando con lágrimas en los ojos las canciones del ídolo español.
Raphael es sensual a sus 78 años, baila incorporando hasta la punta de sus dedos, eleva sus brazos, los observa en un vaivén ondulante, que ondula también sus piernas y pelvis. El público disfruta, aplaude, ríe. Raphael acusa recibo, se saca la chaqueta y simula lanzarla al público, en una coreografía que se nota lleva años practicando y que sus destrezas también incorporan lo motriz. Termina de jugar con su chaqueta y la deja a un lado para continuar. Su performance es teatral, cada músculo que mueve es consciente, estudiado, nada es al azar.

En el Movistar, todos estamos cautivados por ese escándalo artístico llamado Raphael. Su cuerpo es una fiesta de creatividad, lujuria y años de oficio. A través de sus ojos proyecta fuego, y por su garganta cruzan las palabras que canta con el corazón. Siente. Transmite. Versiona a su coterráneo fallecido Camilo Sesto, con ‘Vivir así es morir de amor’, canta el clásico ‘Mi gran noche’, mientras las visuales que lo acompañan se integran al discurso que resume lo que es: un clásico que no pasa de moda.
Carismático, de voz impecable, su dominio sobre el escenario habla de los 61 años que ha vivido sobre él. “Quien nace artista, muere artista”, dijo en el 2014, mientras se encarga de que su lema siga vigente, pues tiene los cojones de cruzar el atlántico para venir a Chile, cuando la pandemia aún no termina y en Europa se desata una guerra entre Rusia y Ucrania. El show continúa y Raphael toma la batuta para dirigir la orquesta, el público aplaude y él se entrega al afecto, se ofrece en cuerpo y alma a su público, desde quien comprende que es un eslabón entre la gente y el alma mater de la música. Sin dudas es un artista que sigue en el escenario para recordar que en algún momento los cantantes y músicos fueron exigidos y que eran de verdad. Lamentablemente ese nivel pasa por un momento de extinción.
Raphael no canta, actúa. Interpreta ‘Gracias a la vida’ de nuestra matriarca musical Violeta Parra, llevándola a España con la teatralidad de su estilo. “¡Ídolo!”, le gritan desde el público, y lo cierto es que lo es. ‘Escándalo’ llega para que todos canten y bailen, mientras que entre medio sorprende con un rap. Las visuales lo muestran joven y avanzan cronológicamente, Raphael es aquel que ha envejecido en el escenario, que se ha convertido en leyenda, que ha venido a vernos para decirnos ‘Como yo te amo’ y cerrar esta gran noche decretando que “no volverán a pasar dos años, nos volveremos a ver en un año más”.


